La (falta de) Libertad (y sobre todo) de Expresión.

 El pasado 7 de junio se conmemoró la Libertad de Expresión, que termina siendo uno de esos días en los que invariablemente me enfrento al teclado y trato de acomodar los remolinos de ideas que van causando estragos entre sí en mi mente. Luego de una reflexión profunda, aprovecho el espacio que gentilmente me ceden en estas Crónicas para compartir mi diatriba.


Libertad de Expresión. El término redunda en sí en discursos, homenajes y columnas; tan idealista, tan de película gringa donde la de barras y estrellas ondea en todo lo alto, pero que en los medios de comunicación de nuestro país cuesta cada vez más identificar; apenas la encontramos en reductos específicos que penden de una delgada línea que lo separa del amarillismo con el que a veces se le confunde.


Es curioso, si realmente existiera la Libertad de Expresión hubiera terminado esta columna hace dos horas, pero hay que irse con calma para no pasar a molestar a quienes precisamente censuran todo lo que pueda decirse en detrimento suyo, y que son quienes irónicamente están para cuidarnos de los delincuentes y criminales que, por su parte, han hecho del periodismo (uno de los máximos referentes cuando nos referimos al término Libertad de Expresión) la profesión más peligrosa en México y en Latinoamerica. Ni qué decir cuando son el uno y otro al mismo tiempo.


No todo es culpa de las autoridades. Ellas ya cumplen su parte con dictar qué se dice y qué no en los titulares de los diarios y noticieros a cambio del millonario contrato anual que los vuelve agencias gubernamentales sin credibilidad, porque “ay del que se atreva a llevarle la contra” y cuestione: se queda sin hueso.


En lo referente a los medios impresos, que es lo que conozco, la culpa la compartimos entre varios, comenzando por los dueños de los periódicos que una vez que tienen el contrato gubernamental en mano se dedican a llenar las páginas con fotos de sociales y clasificados, sin que haya un verdadero periodismo de investigación porque como no lo solicitan, las escuelas ya no lo enseñan.


Ahí entra la parte de culpa que tienen las universidades que dejaron hace mucho de ver y enseñar el periodismo como un arte, como una ciencia, hasta llegar al día de hoy en que la cátedra es un taller, egresando a cientos de “comunicólogos” que dicen que estudiaron “comunicaciones” (sic) y que saben redactar muy bien y fotografiar mejor, aunque no tienen claro sobre qué temas hacerlo.


Sin embargo, la culpa más grave la tenemos nosotros, los lectores. Les cuento.


Siempre que tengo la oportunidad de colaborar en un medio nuevo, propongo un ejercicio que consiste en sentarnos todos los que tenemos que ver con la producción del medio en cuestión y preguntarnos sobre los temas publicados en determinada edición. Invariablemente, nadie tiene una idea completa de qué trata el contenido. Triste pero real. Así pues, en resumen, si ni los involucrados leen más allá de lo que les toca colaborar, ¿cómo esperar entonces que las cosas mejoren, y para qué queremos libertad de expresión si no sabemos pedirla, ni ejercerla? Igual que todo lo que este país necesita mejorar, el cambio debe venir de la gente.


El concepto de comunicación de emisor, mensaje, receptor no es completo si el receptor no retroalimenta al emisor. Usemos la tecnología (redes sociales, correo electrónico) para exigir unos mejores medios y una Libertad de Expresión legítima, ya sea el 7 de junio, hoy y/o todos los días. A mi me pueden encontrar en twitter como
@chicoasen y nada me gustaría más que leer sus opiniones. Nos vemos…


Rodrigo Yescas Núñez

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