Mundial "a balón parado"

A unos pocos días de que comience uno de los eventos deportivos más esperados, publicitados e influyentes del orbe, no podemos evitar pensar que nunca antes había existido tanta incertidumbre previo al inicio de un campeonato mundial de futbol.

Haciendo un lado la década de los 40 en la que la Segunda Guerra Mundial provocó la cancelación de dos copas mundiales, nunca había existido tanta agitación social, envuelta en ánimo de protesta y amenaza de violencia en el entorno de la fiesta deportiva más popular a nivel global de los deportes que se juegan con una pelota.

La organización de la copa del mundo de futbol bien podría tener un costo mayor para el gobierno de Dilma Rousseff que lo que se pudo haber pensado cuando recibió la estafeta del gobierno de manos de Lula da Silva, y no estamos hablando de los 15,000 millones de dólares -monto mayor que el necesario para las últimas dos copas del mundo juntas- que Aldo Rebelo, ministro de deporte del país carioca totalizó como inversión total necesaria para que Brasil cumpliera su designación de anfitrión del torneo más grande de la FIFA.

En un marco de protesta acrecentada, huelgas acumuladas, inconformidad social, pobreza, exigencia de mejores condiciones económicas y demás inconformidades del pueblo, el estado de derecho se ve amenazado no sólo para los habitantes de aquel país, sino que la seguridad de las decenas de miles de visitantes que estarán asistiendo a la "fiesta" representarán un riesgo potencial que a ninguna autoridad le gustaría correr.

Las molestias del pueblo son muchas: falta de empleo, la precaria condición económica de cientos de miles de  familias, la acrecentada corruptela de altos y bajos niveles y la falta de infraestructura para el correcto crecimiento de un país que hace apenas cinco años era modelo y ejemplar entre los países en vías de desarrollo. Sin embargo el origen de la inconformidad es uno: el alto monto de dinero invertido en un campeonato de futbol.

Y no subestimamos el asunto, si existe un pueblo que tiene el futbol impregnado en el genoma es precisamente el brasileño, y no es poca cosa que se hable de que decenas de miles de brasileños estén pensando en boicotear un evento que no se llevaba a cabo en esa tierra desde 1950.

Mucho se habló de cifras, que si cada brasileño aportó en promedio 75 dólares para la organización del mundial, que si la inversión se triplicará pero la realidad del gasto es esta:  3,700 millones en construcción y refacción de los 12 estadios sede; 4,300 millones en movilidad urbana; 3,400 millones en aeropuertos; 870 millones en seguridad; 350 milones en puertos y 200 millones en telecomunicaciones

El sentir de muchos brasileños que salen y amenazan con seguir saliendo a las calles es que esas cifras que sólo caben en la imaginación de quienes las manejan, debieron haberse integrado a la creación de condiciones sociales, culturales y económicas en la arquitectura de una estructura que permitiera el desarrollo de todos los habitantes del país, y no la polarización alarmante que hoy se vive en un ámbito de pobreza, hambre, falta de educación, escasez laboral, e injusticia que impera en el Brasil que gobierna Roussef.

Se necesitaron poco menos que 5,000 millones de dólares en la organización del mundial de Alemania en 2006, y un poco más de 7,000 para el de Sudáfrica en 2010, pero ante la realidad económica y social de ambos países es fácil deducir que aunque los montos hubieran sido equivalentes, no es igual para un país de vías de desarrollo el desgaste de recursos de tan alto monto como lo pudiera ser para un país de primer mundo.








FIFA exige estándares (con máximos y mínimos) de sustentabilidad para la organización de un evento de esta categoría, y son los mismos países quienes se ponen "la soga al cuello" al asegurar que pueden con la carga, no sólo económica, sino de seguridad, infraestructura hotelera, de estadios, comunicaciones además de los eventos que acompañan a los partidos como el "fan fest", pantallas gigantes, conciertos, entre otros.

La pregunta que nos hacemos ante esta realidad no es si las audiencias necesitan eventos deportivos que representen una carga de gasto tan grande para un país en específico -sea éste quien se compromete o no-, sino si realmente podemos pagarlos ante una situación macroeconómica a nivel global como la que vivimos.

Es un tema de responsabilidad, llevada a cualquier nivel. Y lo pondremos en términos simples: si el cumpleaños de mi hijo viene pronto, yo debo saber cuánto puedo y cuánto no debo gastar en su fiesta (si es que puedo pagarle una) y qué tanto representa para mi economía familiar un daño o una alegría el organizar dicho evento pensando en las necesidades básicas e intermedias que debo asegurar para que mi presupuesto familiar no sólo marche bien un mes o dos, sino para la estabilidad más prolongada posible..

¿Contamos con las condiciones globales como para tener cada cuatro años un desgaste presupuestal de este tipo o sólo algunos lo hacen? ¿Es responsable la FIFA (y en su caso el COI) de someter a un país a una condición social agravada por el capricho de un gobernante que quiere colocarse en el mapa del confeti y la serpentina?

La organización de un evento deportivo de alto calibre se ha vuelto aspiracional para gobiernos que quieren posicionarse.

La ciudad de Montreal tardó 30 años en pagar la organización de los Juegos Olímpicos de 1976, Sudáfrica salió en números rojos después de la copa mundial anterior, y en un escenario mucho más modesto, la deuda contraída por el gobierno de Jalisco para la organización de los juegos panamericanos sigue en aumento ante la generación diaria de intereses por montos no liquidados.

¿Hemos perdido la dimensión de la fiesta deportiva? Cabe analizar la posibilidad.

No hay certidumbre de lo que sucederá entre inconformes y cuerpos de seguridad una vez que inicie el mundial, hoy ante la huelga de trabajadores del metro de Río de Janeiro, se pone en amenaza el traslado de miles de aficionados que estarán en esa sede para ver a sus equipos, esto entre lo que todavía no se puede ver, dejándonos un panorama de "balón parado" sin siquiera haber iniciado el torneo.

El deporte sin duda es una de las mejores actividades que puede haber para el ser humano y su bienestar; pero también es un negocio, no se puede negar. Sin embargo parece dar señales de haber trascendido el nivel de actividad física, espectáculo y fiesta para pasar a ser una carga y una responsabilidad muy difícil de pagar.

Si no me cree, pregúntele a Dilma Rousseff.

Por: Orson Ge
Twitter: @OrsonJPG




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Maduro, el chavismo y Venezuela: se está cayendo el teatro



No existe a nivel internacional un mejor teatro que el montado por el régimen bolivariano en Venezuela.

Pero este teatro no se montó ayer ni el año pasado; llegó de la mano de Hugo Chávez, quien no sólo lo instaló, pintó, techó y adornó, sino que puso función tras función, estreno tras estreno las condiciones para que todavía hoy miramos asombrados el espectáculo que en el país sudamericano se vive actualmente.

Y no se me malentienda, por favor. Por espectáculo no se toma con ligereza o mucho menos de broma lo que se ha sucedido desde hace años en aquel país, en el que sistemáticamente se ha mostrado al pueblo, y pretendido exhibir al mundo un escenario en el que un pueblo feliz, unido y agradecido con el régimen va de la mano de la revolución bolivariana, sino que precisamente esa escenificación ha sido el espectáculo que el chavismo ha ofrecido para vivir, y hacer vivir, una realidad aparte de la realidad.

Desde la pasada elección presidencial, en la que Nicolás Maduro resultó vencedor, ya se avecinaba en el horizonte una nube negra que hacía dudar a cercanos y lejanos si es que Nicolás, el más cercano de Chávez, tendría lo necesario para cargar el pesado paquete de sostener un régimen casi insostenible, que más que la fuerza, fue el talento, el ingenio, la paranoia y la astucia de Hugo Chávez que lo mantuvo funcionando.

Hoy vemos y escuchamos en las grabaciones oficiales a un Maduro que parece la réplica de su antecesor: el mismo timbre, las mismas pausas, las mismas ideas, el mismo delirio, pero no, no es el mismo, una calca, pero no el mismo; si acaso su mejor intérprete.

El oficialismo parece representar uno de sus últimos actos, en una época en que diversos sectores, encabezados por la juventud salen a protestar a la calle, sin miedo de perder porque hay poco que perder.








Maduro podría haber empezado con insulsa simpatía en sus primeras funciones, cuando hablaba con pajarillos y representaba actos de verdadera comedia, que hacían reír a todos menos a sus compatriotas, sin embargo, después del intermedio, la obra se ha teñido de sangre.
La semana anterior fallecieron tres personas como fruto de las protestas en contra del régimen oficial, más de 70 resultaron heridos y hay cerca de un centenar de detenidos; esto no estaba en el guión.

Dirigentes opositores denuncian que sólo el año pasado, se registraron más de 24 mil muertos como resultado de la inseguridad que reina en Venezuela y la única quietud que encuentran sus habitantes se da, como lo dijo el diario El Nacional en una reciente editorial “en la paz de los sepulcros”.

El clímax de esta obra se avecina, y un gobierno que tiene al país partido en dos, que no ha sabido conciliar, sino polarizar, denuncia a los “fascistas” del capitalismo convirtiéndose en un villano totalitario que no permite al pueblo no sólo la libertad de expresión en las calles, sino también ha censurado los medios electrónicos tal como se denunció al no dejar entrar ni salir vía twitter imágenes de lo que sucede cotidianamente en el marco de la protesta, al censurar a los medios internacionales, lesionando a sus reporteros y confiscándoles su material junto con sus herramientas, y ni qué decir del bloqueo a señales internacionales para que el pueblo que se queda en casa no sepa qué es lo que sucede en las calles.

Lo que comenzó como una comedia nos ha llevado con cadencia singular, acto tras acto, a una tragedia, misma que el propio Maduro titula como la “zozobra de un intento de golpe”.

La audiencia está expectante esperando el desenlace de esta historia, que nadie conoce, ni siquiera el que escribe, sin embargo, las condiciones que dictan hoy el día a día en Venezuela sólo nos dejan saber una cosa: se está cayendo el teatro.

Por: Orson Ge
Twitter: @OrsonJPG

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