“Voy a seguir luchando seis años más. A recorrer de nuevo todo el país. No vamos a dar ni un paso atrás. No vamos a claudicar.”
“Tengo más experiencia ahora que
antes, tengo menos vigor, eso sí, porque ya estoy muy cansado por esto, entonces
yo creo que ahora sí, ya va a ser…”
Al leer estas dos frases, usted
podría pensar que son palabras escogidas por dos personas diametralmente
distintas; que una representa al día mientras que otra oscurece como la pálida noche.
El primero es lleno de ímpetu, de
determinación y sin el menor dejo de debilidad. A su vez, el segundo se lee no
sólo como un personaje apesadumbrado, sino harto, con ganas de terminar de una
vez por todas.
¿Con cuál de los dos se
identifica más?
Tal vez no le resulte comprensible
cuando le diga que se trata de la misma persona.
Entonces ahora, ¿qué pensar de
él?
Ya no es nada nuevo encontrar a
Andrés Manuel López Obrador pisando dos tierras de distinto color en sus
declaraciones. No es extraño que el grupo que hoy lidera en la conformación de
su Movimiento de Regeneración Nacional esté también lleno de veletas políticas
que se mueven conforme sopla el viento de la anti-agenda legislativa y que la
brújula y compás sea precisamente su líder.
“Todo se parece a su dueño” dicen
muchos viejos, y es que no es la primera vez que Andrés Manuel dice una cosa y
luego hace otra.
Muchas expectativas, unas buenas
y otras malas se plantearon cuando Obrador se presentó a sí mismo como el
renuevo de la “República Amorosa”, mostrándose a sí mismo sereno, cauto y
reposado, casi como una antítesis del AMLO de 2006, al cual también justificó
argumentando que tomó Reforma como presa para “salvar muchas vidas” que estaban
en riesgo, según la postura mesiánica del tabasqueño, misma que conserva hasta hoy
y que no ha abandonado en ningún momento.
Esa semilealtad de la que se ha rodeado AMLO finalmente habría de salir a flote apenas unos minutos después de que Leonardo Valdez Zurita avalara los resultados del conteo rápido, es decir, cuando el de Tabasco faltó a la palabra que había pronunciado 3 días antes al firmar un pacto de civilidad que nunca honró, como tampoco lo hizo con las promesas de respetar los resultados de la elección y aceptar su derrota que hizo en diversas apariciones públicas y privadas. Es decir, Andrés Manuel puede y sabe honrar su palabra, siempre y cuando las condiciones le favorezcan; de lo contrario, desconoce.
Tal actitud, la inconsistencia y
su notable doblez de ánimo, deja ante el lector que no está visceralmente
arraigado al político un innegable vacío de confianza, un dejo de
deshonestidad, de manipulación y de diatriba que explica la notable
polarización que existe en torno a la figura de Andrés Manuel, que de por sí
forma parte de un séquito de cabilderos no muy popular entre la población de manera
general.
A lo escrito anteriormente dirían
otros: “en mi rancho les dicen mentirosos”, y tampoco están muy lejos de la
realidad.
Resulta desilusionante contar
dentro del escaso aparato políticamente efectivo que tenemos a aquél que acusa
de fraude, mentira, manipulación e imposición mientras utiliza las mismas armas
para pelear “en pro del pueblo bueno”; la realidad es que esta dualidad no le
conviene a nadie, y por el contrario, divide, creando un tercer frente, al
considerar que de por sí estamos ya librando una pelea bastante fuerte en la
innegable ruptura del tejido social que representa la guerra contra el crimen
organizado.
Hoy Andrés Manuel López Obrador
ya mueve la tierra para lo que serán otros seis años de siembra, cosechando de
su movimiento bautizado como Morena que muy probablemente se convierta en un
partido político en próximos tiempos, sin embargo habrá que evaluar si
realmente necesitamos un peso más en el de por sí ya muy gastado sistema
partidista mexicano, que cada día parece no sólo salirle millonariamente más
caro, sino también restarle velocidad ante un mundo que se desplaza
vertiginosamente.
Cabe, y mucho, el planteamiento de la postura de muchos ex-amlistas que hoy se sienten defraudados o engañados ante un Andrés Manuel que habla suave al oído o fuerte de frente, según mejor convenga a su momento político, pero que no es constante ni leal.
Cabe, y mucho, el planteamiento de la postura de muchos ex-amlistas que hoy se sienten defraudados o engañados ante un Andrés Manuel que habla suave al oído o fuerte de frente, según mejor convenga a su momento político, pero que no es constante ni leal.
Viene ya la nueva generación de
la izquierda moderada, la que ha ganado las elecciones, de la mano de Marcelo
Ebrard y Miguel Ángel Mancera, otrora agregados del equipo lopezobradoristas
pero hoy siendo arquitectos de sus proyectos políticos personales, que ya
veremos si no se cruzan en el camino.
Hoy podemos leer a los grupos que se desprenden de esa corriente agrupados en tres vertientes: los radicales, los moderados y los revolucionarios. En el primer grupo encontraremos a aquellos que practican el "no" como recurso inequívoco a la falta de agenda, seremos testigo de ello en la legislatura, sin embargo, los moderados están ya en cargos de elección popular, ahí el contrapeso y el cambio aparente de presentación ante el gobierno por entrar.
Que la izquierda por fin haya
renovado rostro, aunque sea parcialmente, es bueno, ya se le pasaba el tiempo, que Andrés Manuel diga una
cosa, y haga otra, eso ya no es nada nuevo.
Por: Orson Ge
Twitter: @Orsonjpg
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