Lo que nos quedó "del cambio"

Una de las más funestas responsabilidades cuando éramos pequeños era la de ser los encargados de ir a la "tiendita", miscelanea o abarrotería que en nuestro México lindo y querido suelen estar en cada esquina. Porque sin importar el momento, ya fuera de juego, descanso o entretenimiento (realmente pocos niños hacen más que eso, aún en la escuela) tenía que ser interrumpido para hacer la tarea que nadie más quería hacer: caminar al sol del mediodía, hacer fila, aguantar al gandalla que se metía en la fila y regresar con una bolsa cargada de quién sabe qué cosas. Sin embargo, también traía una de las más grandes tentaciones de la niñez: quedarse con el cambio.

El también llamado "vuelto" para muy poco alcanzaría, salvo en contadas ocasiones. A lo mejor para el refresco, el postrecito o las papas. Si bien nos iba, para el lonche de pierna al otro día en la escuela, todo esto si papá o mamá no se daban cuenta primero y te pedían que les regresaras lo que había quedado del billete.

"El cambio" además de ser la frase más manoseada por el ex-presidente Vicente Fox, es un término que hoy muchos entienden como necesariamente positivo, y hasta la publicidad barata exalta dicha palabra como una renovación  gloriosa cuando en realidad ella misma sólo significa mutación o transición de una cosa a otra.

Para los que nacimos en los últimos años de los setenta o principios de los ochenta del siglo 20 no fue raro crecer sin la variedad que tenemos hoy en todos los aspectos de la cotidianeidad; sin internet ni celulares, sin globalización ni libre comercio, sin consumismo escandaloso ni televisión vía satélite. La realidad es que a los mexicanos sólo nos quedaba ver las noticias con Jacobo, la variedad con Raúl Velasco, pagarle a Telmex y comer gansitos marinela.

Aunque a muchos les parezca raro, increíble y hasta estúpido, comprar todo era en casi cualquier rubro  como lo es hoy comprarle gasolina a Pemex: la competencia era literalmente evitada y entrampada con el único fin de enriquecer a unos cuantos privilegiados a través de monopolios disfrazados de legalidad. Los trámites, pero sobretodo los requerimientos para comenzar una nueva empresa en uno de los rubros protegidos desde "las alturas" devengaban en eternos períodos de papeleo con toda clase de absurdos requerimientos que nunca terminaban de satisfacer a las autoridades encargadas de otorgar los permisos generando, obviamente, la legitimación de distintos monopolios en base a la falta de competencia.

Uno de las frases más populares para señalar una injusticia con imposibilidad de corregirse era decir: "gánale al PRI", implicando que era virtualmente imposible cambiar el rumbo de las cosas. Sin embargo, en el año 2000 llegó alguien que sí pudo ganarle al PRI, bajo muy conocidas circunstancias que terminaron por destruir la reputación del entonces presidente de raíz tricolor Ernesto Zedillo; quien a pesar de ser sumamente criticado y enterrado por quienes en muchos momentos fueron sus "camaradas" los números, que nunca mienten, señalan como uno de los presidentes que mejores resultados dieron en muchos aspectos, máxime el haber recibido un país en circunstancias tan delicadas y polarizadas como las había dejado Carlos Salinas de Gortari.

Sin embargo, junto con el cambio de milenio, vino el cambio de gobierno, la tan codiciada alternancia y llegó una mayor apertura, incluso en la manera de percibir y dirigirse al presidente y su investidura. Un acercamiento a los procesos de transparencia, al acceso a la información y una seria promesa de atacar de frente a la corrupción a todo nivel fueron promesas que por fin parecían materializarse para los mexicanos, quienes tenían en la figura de Fox Quesada lo más cercano a un mesías nacional que cambiaría el rumbo fatídico de las cosas, que tenían aparentemente 72 años sin haber cambiado mucho.

Mientras todavía corrían los años 90 sólo había una compañía de televisión abierta a nivel nacional que realmente pudiera ser vista en toda la república, sólo una compañía telefónica, sólo una compañía de telefonía celular y sólo una franquiciataria para traer restaurantes y cafes exitosos en otras partes del mundo. El atropello comercial era sólo un símbolo de los atropellos ideológicos, informativos y culturales que por mucho tiempo retrasaron al país al grado que hoy no nos hemos podido recuperar.

Hoy la oferta es mucho más amplia en todos los sentidos, y se nota. Los mercados son diferentes y la opinión pública parece ser más crítica, y aunque no siempre atinada o fundamentada, sí adquiere más profundidad y ya no es tan fácil meterle "hipodérmicamente" un mensaje que por arte de magia todos, o la gran mayoría de los mexicanos creeríamos, como sí pasaba años atrás.

No queremos decir, de ninguna manera, que este cambio fue provocado por el cambio de colores en Los Pinos, sería demasiado inocente o vulgarmente propagandístico. Sin embargo es innegable que la transición de la hegemonía priísta vino a acelerar un proceso que ya se venía dando de años, de una manera inercial a un modo más abierto que hoy nos deja en los bolsillos "el cambio" de un país que se ha transformado para bien en mucho, y que permanece empantanado en mucho más.

Aquí es donde nos gustaría escucharlos a ustedes, que hacen las Crónicas Condenadas lo que son:

¿Qué les quedó a ustedes del cambio?


1 comentario:

  1. Tu escrito me hace ver un nuevo punto de vista: el mismo "cambio" puede ser un mecanismo del sistema para definir sus propios simulacros e hiperralidades; como lo es La Jornada, etc; en términos de Baudrillard.

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